2.2.11

Presentación de Coral Aguirre


Con la participación de 51 mujeres escritoras que llegaron a la cita propuesta por Héctor Alvarado y Livier Fernández a propósito del tema EL ORGASMO y cuya publicación en Ediciones Intempestivas festejamos.

Su lectura me deslumbró. De inmediato pensé en la proposición de Freíd Qué quiere una mujer, la cual halla aquí si no su respuesta, una red posible, una señal, quizás el umbral desde donde se puede atisbar un aroma, un volumen, una textura de aciertos.
Una mujer, una sola, particularísima, cada una otra, cada una ni yo ni tú, ella. Qué quiere una mujer se vuelve así un caleidoscopio, no una fórmula, una multiplicación infinita de espejos que siempre remiten a un nuevo Orden, a una nueva Mujer.
Y comienza el banquete. Las citas no son cronológicas sino como las recuerdo.

El Eros a solas,
Luego hacia el lado contrario advierto apenas el cruce en la piel; imperceptible me distrae de la lectura abriendo el paso al hurgón en que convierto mis manos y atizo…
el acto fortuito,
Aparte yo ni soy lesbiana, güey, nunca había estado así con una mujer
el sexo más que dos
¿Cuál es el problema con la entrega inmediata? Algunos le llaman orgía.
como milagro, intempestivo,
Se dio la vuelta y entregó mi orgasmo a la enfermera quien diligente lo envolvió en pañales,
Oscuro, indeseado y sin embargo listo para renacer
hasta que no me quedó más remedio que lanzar un grito como de recién nacido
con la lucidez del riguroso aprendizaje,
Tienes que aprender a dejar ir sin desear, dijo y cerró los ojos de nuevo. Miré la puerta entreabierta, observé a Puchung y decidí quedarme
O bien apostando al juego, y no obstante a un azar previsto
Mueve tu ficha y ganas, nena, mueve tu ficha: no importa mucho con quien vueles, si algo tienen las buenas jugadoras es saber moverse.
Bajo la insólita aparición de la carne trémula, la caricia más íntima.
Mi abuela nunca malició sobre mi maña de treparme en la poltrona nueva, con su asiento duro y rasposo…
y también la erótica condición libertaria haciendo paráfrasis
Yo no nací para uno/ procuro más lo diverso
Reconociendo la orfandad del encuentro, lo cotidiano al revés,
Me llenas la carne de dientes y yo deseo que tenga sabor a canela como la taza de leche que recién te di.
Y el paso de la edad
La memoria me juega malas pasadas: algunos detalles se me han perdido a causa de la erosión…
O los malos entendidos cuya ironía provoca risa y espanto.
Pero no estaba hablando de un precipicio real, carajo, en abstracto, Raschid, en abstracto, pero él ya se las arreglaba para dejarla colgando en el vacío, aferrada al tubo del balcón…
Imposible citar cada asombro, cada risa, cada complicidad. El placer de recorrer este material es tan erótico como la mayor parte de su contenido. Imposible nombrar uno a uno todos sus atajos y sus revelaciones.
Difícil para mí entonces subrayar algunos textos en detrimento de otros. Aquí, en este volumen se sueña fuerte y se confiesa hondo, se juega con el milagro de los encuentros fortuitos, únicos, solos, desprovistos, múltiples, dolorosos, ambiguos. Con la madeja de las células y su insólita permanencia desde ese omnipotente universo que nos doblega a hombres y mujeres.
Pero no queda allí el deslumbramiento. Estas creadoras desconocen a propósito el desafío temático, para hacer de él, la epístola, la crónica, el ensayo, el cuento, el poema, retorcerle los cuernos a la ortodoxia y amanecer con un desacato a lo previsible.
Se diseña sobre la página, se cruzan ondas y caídas, volúmenes y planicies, se entrecruza la palabra, se desbanda en paralelas, en anillos y no sólo eso, también se sueña lo imposible, se arranca la memoria de las cosas para plantarlas en la blanca epidermis y sacudirla. Quiero decir, la epidermis de la página. La escritura se engolosina con la palabra y al nombrar se practican las autopsias y los diagnósticos de un modo raro, se aprende la letra por primera vez, se memoriza, se incluyen archivos venidos del cuerpo, de las resonancias de otros tiempos, de los subsuelos de la memoria, que no es memoria psíquica sino orgánica, presa en los recovecos de la sangre, la bilis, la saliva, la vagina. La palabra es sobresalto y es caricia.
Tampoco este es el último limen, porque si se trabaja sobre el misterio del orgasmo o su imposibilidad, es hasta las últimas consecuencias, hasta su injusticia social, hasta su fábula y sus mentiras, hasta aquella manera de conseguirlo de a dos y desde lejos. Se quitan las telarañas de la ley para emprender una nueva, una ley eroflexible. Se conforma una topografía, se trazan los itinerarios, los obstáculos, los deslizamientos. Uno advierte los riesgos puesto que las novedades se suceden de modo tal que cada protagonista sabe que se ha lanzado a una exploración de la que no se regresa y que tampoco tiene fin.
De modo que se concluye, como el climax de un coito sobre la arena o sobre las sábanas, en la mesa del desayuno, o en la casa materna, en el puro texto con el sabor de la incompletud, imaginando que la muerte chiquita ha sobrevenido en el ritmo, en el jadeo, en la membrana, nunca en la palabra.
Porque nada cierra aunque se use la llave de cerrar puertas.
Entonces la lectura se amansa junto con la escritura, se incurre en indicios y en confesiones. Al sesgo, al desgaire, como si no se advirtiera la magnitud de la empresa, por eso a veces el pitorreo al hombre, a sí misma, o a la propia escritura.
Y después el primer descubrimiento.
Hay una ausencia flagrante. Por oposición, hay un cuerpo que permanece abierto, íntegro todo el tiempo. Es el de ella. El que no está, no aparece en la mayoría de los textos es el de él. Acaso su miembro alguna vez, acaso su aliento, apenas. Y luego la desenfadada índole de la propia carne que va y viene, que propone y se cansa y se agita y se aletarga…y sueña. Pero él es una sombra, vuelto fantasma se lo ve al trasluz, o transparente porque quien lo opaca todo el tiempo, es ella. Ella se mira más que mira, se descubre más que descubre, ella, oscilando de la entraña al corazón ida y vuelta. Imperativa en el acento verbal. Exigente, dando órdenes o reclamando. Esta mujer que verbaliza aquí, no propone condiciones, no subjuntiva ni futuriza, sobre todo, impera, imperativo, imperativa. Déjame, jálame, rasguéame… Pero de fondo a pesar de la utopía de las órdenes, abundan los pasivos...”la tenía recargada sobre un pino grande…” “Gozarse en el otro”…Y siempre los reflexivos “Me obsesioné” “Me deprimí” “Me miré”…Contradicción.
Segundo descubrimiento, si él es sombra, si es reflejo, ella está sola a pesar de la bacanal de los cuerpos. Y más plena, cuando goza a solas. El otro, el que no aparece, en todo caso es mirada que la completa, se vuelve espejo de parque de diversiones. Me refleja flaca, gorda, fea, bella, como me gusta, como no me gusta, una giganta, contra el piso, poderosa o aplastada.
Tercer descubrimiento, si él no es sombra es sólo unas manos. El sentido que prevalece, el tacto, el menos oportuno la vista. Porque cuando ella mira, lo he dicho, se mira, cuando oye, se oye, y cuando desea, se desea.
Finalmente, hay un solo hombre completo, es verdugo, otro es suave y triste, no tiene ningún impulso erótico, por ahí aparece una mujer poderosa pero miente, es un personaje que se remeda a sí misma, tramposo, discurre, mira y decide, pero no se completa, por el contrario, se añora. A lo largo del volumen, pocos iguales, pocos Aquiles y Pentesilea en el combate.
Por otra parte y a vuelo de pájaro, advierto que la herencia recibida aparece en un solo poema.
Piensa en una mujer fregando el piso con una jerga. La luz entra por la ventana como en un cuadro de Vermeer y ella se siente la mujer más miserable del mundo porque su ropa es muy muy vieja, su cutis es áspero y encima lleva puesto un mandil que la hace lucir como criada y a ratos gime para desahogarse pues sabe que es víctima de una injusticia: (la proposición anterior tiene forma de pera. Luego viene una larga línea horizontal)
Y ella es tu madre y ella es tu madre y ella es tu madre y ella es tu madre
Doloroso, la mujer que fue, a la que ninguna de estas, de hoy, de ahora, quiere parecerse.
Como saldo, final, o aspiración, desdoblada o única, sierva o ama, una suerte de ingenuidad sobrevuela la escritura. Una sonrisa niña a pesar de la soledad, la ira, el desencanto, la pasión o la esperanza. Como si se estuviera en el principio de algo innominado. Quizás lo que todavía no se nombra está en la persistencia de una expectativa póstuma, el encuentro, aunque más no sea consigo misma.
Además, si estas mujeres inventan el paraíso o el infierno lo hacen con humor, sin melodrama, airosas.
Así, la diversidad hace da cada texto una mujer y de cada mujer un texto nuevo, único. Y sobre todo es en el poema donde se inscriben las curvas del idioma, las curvas del alma, la herencia, la muerte, y también la denodada pasión de ser viva. Por su lado, la narrativa se arropa con lo inopinado, la vuelta de tuerca que desemboca en franca carcajada, o no, pero siempre con la extrema lucidez de sorprender y sorprenderse.
Por fin, quizás a causa de los intransitivos, percibo a una mujer sola, pero que de ninguna manera es Penélope.

Un agasajo. No hay desperdicio.

Coral Aguirre, Junio 2009.

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